Aunque parezca una simbiosis extraña, luego de conocer el proyecto de viviendas de la Ciudad Juan Bosch y leer lo escrito por un celebrado intelectual y articulista dominicano; me siento más atrapado en lo que muchos consideran una auténtica pobreza de solemnidad.
Me explico. Hace poco visité la sede del consulado dominicano en Nueva York, con el propósito de enterarme del inicial, las cuotas y demás gastos para obtener una humilde vivienda del residencial “Camino Verde”, localizado en las inmediaciones de la avenida Las Américas, próximo a San Isidro.
Aunque los costes de un apartamento del primer lote de ese proyecto de unas 25 mil viviendas, prácticamente es una ganga, lamentablemente, no está a mi alcance. Y esto con el beneficio de un bono de 90 mil pesos dominicanos, por no poseer ningún tipo de inmueble en República Dominicana.
No fue sino cuando llegué a mi angosto cuarto y calcular mi exiguo presupuesto mensual, que hube de reparar en que si me embarcaba en esa empresa, me quedaría sólo con 200 dólares para sobrevivir.
¡Imposible!. Ningún dominicano de sueldo promedio o retirado, desafortunado, y que no incurra en ilicitudes, puede mantenerse con esa cantidad, en esta carísima urbe.
Luego de ese chasco, hay que convenir en lo que dice el articulista, cuyo nombre omito. En un escrito reciente se refiere al hombre “común y corriente”, como un ciudadano del mundo de bajos ingresos. Es muy posible que me corresponda con ese individuo, también considerado como “hombre de la calle”. Para mí regularmente un excluido que, necesariamente, ni es incapaz; delincuente, y mucho menos vago u ocioso.
Pero este ser correntón que a veces deambula como planeta, aún con una apariencia física un tanto deplorable, en ocasiones, suele superarnos. Algunos de éstos, con todo y sus elementales carencias, poseen una humilde vivienda.
Con lo expuesto anteriormente, no imploro lauros, premios ni reconocimiento alguno, pero tengo la sensación de que pertenezco a un referente de periodista dominicano que está rezagado (tal vez no por serio ni tarado, sino por “pendejo”). Como dicen algunos “tigueres” del barrio: pese a mi vozarrón y cuadre de Pepe el malo, sólo soy un pariguayo que no sé buscármelas.
Claro, en esta contemporaneidad constituye cuasi un hito el que un periodista, cual que sea su categoría, no posea lo necesario para adquirir una modesta vivienda; que ande de tumbo en tumbo buscando donde alojarse cuando visita Santo Domingo y, -siendo capitalino- no tenga donde guarecerse y descansar.
Pero lo inconcebible es que aun trabajando sostenidamente, desde, prácticamente, recoger heces fecales hasta ejercer mi oficio (porque he sido de los pocos que se ha desempeñado como periodista en esta urbe) por mis “limitaciones”; principios inculcados por los que me formaron, todavía residiendo en República Dominicana, constituyan un óbice que impedirían desenvolverme en una vida plácida y sin mayores necesidades.
Si a estas alturas, por exhibir cierta coherencia, no puedo adquirir un apartamento de un inicial de menos de 300 mil, y cuotas mensuales de un poco más de ocho mil en pesos dominicanos, debo concluir en que cumplir con lo deontológico, mantenerse al margen de funcionarios, no politizarme y no ser clientelista como periodista; no sirve de nada.
Es por ello que, contrario a otros, pienso que el hombre común y corriente, regularmente honesto e “inútil” aunque sea un profesional y tenga algún oficio remunerativo, es un ser en peligro de extinción que bien se diferencia del “tramoyista” de hoy. Pero en mi caso, debo señalar que soy algo menos que un hombre común y corriente: soy ¡un bueno para nada!