EL AUTOR es periodista, Magister en Derecho y Relaciones Internacionales. Reside en Santo Domingo
La sociedad dominicana está atravesando en la actualidad por uno de los momentos más inquietantes de su existencia republicana.
Por más esfuerzos que se hagan desde el gobierno central, el liderazgo empresarial, la iglesia y otros sectores para avanzar todo luce empantanado y sin posibilidades visibles de cambiar en términos inmediatos.
Las formulas, visiones, tesis, corrientes económicas y políticas aplicadas en está media isla por los gobiernos de los últimos 50 años parecen no dar solución a los principales problemas existenciales de la población dominicana, como son salud, educación, vivienda, alimentación, diversión, entre otros.
La mayoría de las personas en edad productiva y una amplia capa de profesionales dicen en las calles no conseguir trabajo, y los que tienen empleo afirman estar al grito porque los sueldos que devengan no les alcanzan para cubrir el alto costo de la vida. ¿Y entonces?
Hay una sensación de callejón sin salida, la gente siente estar en una trampa, se le ve hastiada, impotente, abrumada, sin esperanzas inmediatas de revertir el estado de cosas que padece desde hace décadas.
Este estado de ánimo preocupante que se observa en la población y el ciudadano de a pie, al que no referimos, cada día crece, se agudiza y los niveles de respuestas de los responsables de alivianar la carga lucen estar atados de manos.
Y no es para menos, este es un país pobre, con recaudaciones fiscales bajas, con una enorme deuda social acumulada y una oligarquía rancia y voraz que no mira otra cosa que no sea el lucro, rentismo y la ventaja no importa que se hunda el país.
Repito, la situación es delicada, y se torna más preocupante cuando se observan los niveles de delincuencia, inseguridad y desafío a la autoridad que cada día se hace más presente y se adueña de las calles del país.
No quiero alarmar, sólo quiero advertir que es necesario que el Gobierno y los sectores productivos del país se sienten hablar de manera franca y abierta de la situación que estamos planteando porque más temprano que tarde ese estado de ánimo podría traducirse en una situación inmanejable para ambos actores. Dios no lo quiera.
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