Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13

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miércoles, 18 de marzo de 2020

La felicidad no debe tener una visión consumista. Emanuele Felice

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La felicidad no debe tener una visión consumista. Emanuele Felice
La búsqueda de la felicidad es un concepto persistente desde tiempos remotos en evolución al desarrollo de la conciencia como especie, y que ha servido al pensamiento filosófico a plantear diversas teorías.
Aristóteles decía “La felicidad depende de nosotros mismos” como un estado interior que emana desde el individuo, pero también hay argumentos que razonan la influencia de factores externos en aras de alcanzar este estado ideal.
A este respecto el economista italiano, Emanuele Felice, publica “Historia económica de la felicidad” profundiza en los factores históricos de bienestar individual y colectivo en base a la evolución tecnológica, ética y cultural de las distintas sociedades.
Según su postura sigue en parte la línea de Aristóteles que la “felicidad es individual” y en el marco del humanismo liberal – que no neoliberal – entendiendo que parte de los procesos mentales y emocionales, de su propia complejidad.
“Cuando el hombre ha buscado una felicidad colectiva, como en el caso del nacionalsocialismo o del comunismo, o el de diversos movimientos religiosos a lo largo de la historia, ha terminado protagonizando distopías terroríficas”.
Si bien Felice reconoce factores conductivos hacia este estado y llama como “dimensión relacional” basado en las relaciones humanas y el peso del Estado del Bienestar.
También desmitifica lo que tantas veces se ha dicho “el dinero no da la felicidad” en base a las investigaciones empíricas en que, para alguien que sea muy pobre, una mejora de las condiciones materiales puede tener un enorme impacto en su felicidad. En cambio, a partir de un determinado nivel no basta con el bienestar material.
“Se trata de la célebre «paradoja de Easterlin» cuando los ingresos se multiplican, la felicidad aumenta al principio, pero llegados a un determinado punto deja de crecer e, incluso, disminuye”.
Pero como en todo hay matices, según su argumentación no se puede obviar que el desarrollo económico “nos brindó la oportunidad de ser libres”, y que los principales cambios sociales, también éticos, han sido consecuencia, en parte, de dicho desarrollo.
Al igual que otros economistas Felice explora las consecuencias de la desigualdad como factor de desdicha, y nombra estudios que señalan el incremento del número de muertes “por desesperación” —es decir suicidios, pero también muertes relacionadas con el alcoholismo o el abuso de las drogas—.
“Es cierto que nunca existe la felicidad perfecta, pero también lo es que cuando una sociedad avanza en términos marcadamente desiguales, surgen problemas. Es necesario que exista el derecho a ser feliz, pero si uno vive en una sociedad en la que impera la idea de que la felicidad está relacionada con la renta individual, pero en la que al mismo tiempo el ascensor social no funciona como debería porque existen trabas para poder medrar con el esfuerzo propio, ¿cómo se puede aspirar a ser feliz?”.
Rechaza pues una visión consumista de la felicidad, puramente materialista. En su lugar habría que contemplar la felicidad multicausal en donde diversos factores tienen la misma importancia.

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