EL AUTOR reside en Nueva York.
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El título de este trabajo no es ocioso. Desde siempre, Inglaterra, Francia y Estados unidos, han acariciado la idea de resolver el problema que les causó la rebelión de los negros esclavos, a fínales del siglo dieciocho y más reciente, la migración ilegal haitiana hacia sus territorios, unificando la isla.
Thomas Jefferson, tercer Presidente de los Estados Unidos, a principios del siglo diecinueve sugirió, que una vez Francia y Gran Bretaña hicieran las paces, Estados Unidos debería actuar de común acuerdo con ellos, “para confinar la peste haitiana a esta isla”. Afirmó, sería un “receptáculo” adecuado para confinar a los negros en el Hemisferio Occidental que ya no fueran deseados en una sociedad civilizada.
Toussaint “podría estar dispuesto — afirmó Jefferson— a recibir aun a esa clase que sería exiliada por actos que nosotros consideramos criminales, pero que para él podrían ser meritorios”.
Thomas Jefferson despotricaba contra los negros haitianos llamándoles “los caníbales de la república terrible” y los comparaba con asesinos.
Este era un sentimiento generalizado entre los blancos, pues hasta en Brasil se llamaba haitianismo al desorden y a la violencia.
Las grandes potencias, con Francia y Estados Unidos a la cabeza, nunca perdonaron que negros analfabetos y enfermos, vencieran a uno de los ejércitos más poderosos de la época.
De ahí, que algunos historiadores afirmen, que el verdadero vencedor de los ejércitos de Napoleón, no fue Toussaint Bréda “L’ouvertoure”, quien murió en una cárcel de los Alpes franceses, sino la fiebre amarilla. Enfermedad desconocida en ese tiempo por los europeos.
Como podemos ver, el sueño de fusionar la República Dominicana con Haití, no es algo reciente. Desde siempre, Francia, Canadá, Inglaterra y Estados Unidos han tenido varias pesadillas con este tema.
Primero, por un problema racial, pues los amos blancos no aceptaban que negros sin educación tuvieran la capacidad para autogobernarse. De hecho, Los Estados Unidos de Norte América, reconocieron a Haití, por decisión de Abraham Lincoln, el 5 de junio de 1862. En plena guerra civil. Algunos historiadores afirman que fue debido a la necesidad de combatientes descendientes de aquellos negros, que sesenta años antes, habían luchado por la eliminación de la esclavitud en la isla.
Desgraciadamente, los haitianos, a través de los años, insisten en darles la razón. Comenzaron su revolución destruyendo todas las riquezas de la que fue la más próspera Colonia de toda América. Una crónica de la época lo describe de esta manera:
1791: En el otoño estalló la revolución. En un solo mes, septiembre, doscientas plantaciones de caña fueron presa de las llamas; los incendios y los combates se sucedieron sin tregua a medida que los esclavos insurrectos iban empujando a los ejércitos franceses hacia el océano. Los barcos zarpaban cargando cada vez más franceses y cada vez menos azúcar. La guerra derramó ríos de sangre y devastó las plantaciones. Fue larga. El país, en cenizas, quedó paralizado; a fines de siglo la producción había caído verticalmente. «En noviembre de 1803 casi toda la colonia, antiguamente floreciente, era un gran cementerio de cenizas y escombros»
Después de más de dos siglos, la situación haitiana no ha cambiado mucho. El país está totalmente deforestado. Sin medios de producción. Con una mayoría de ciudadanos analfabetos, enfermos, sin esperanzas. El país donde mayor se manifiesta la iniquidad.
¿Tiene la República Dominicana la culpa de las penurias haitianas? Definitivamente no. Todo lo contrario. Nunca los hemos invadido y cada vez que hemos llegado a su territorio ha sido con las manos llenas de solidaridad.
Entonces, ¿A qué se debe que otra vez, igual como lo hicieron hace doscientos años, las mismas grandes potencias quieran consignarlos en este territorio insular? Pero ahora con una terrible variante, arrastrar también al pueblo dominicano.
La respuesta se cae de la mata. Es mucho más fácil combatir una “peste” en una isla y no arriesgarse a que esta se expanda en territorio continental. Bastaría con aislarla. No dejar entrar ni salir nada de la misma. Este horror no es nuevo. Ya lo han aplicado otras veces.
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