El autor es profesor universitario. Reside en Santo Domingo.
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REDACCIÓN AL MOMENTO
Por EDWARD VERAS
La extemporánea campaña electoral actual se ve seducida por un reeleccionismo previsible a todas luces, teniendo como parámetro el accionar del ciudadano presidente en tres años de gestión. Lores a la figura de Medina, ataques internos a casos de corrupción del anterior presidente, así como incisiones de división en la oposición política, han allanado el camino a generar una “alta popularidad” al actual presidente, motivando así a sus súbditos más cercanos, a insistir en una repostulación.
La reforma de la carta magna, urgida por los reeleccionistas, en la que pactos o acuerdos programáticos y electorales debieron surgir, unos desde las entrañas del Partido-Estado, otros fuera, adjuntando las voluntades de las organizaciones políticas de alquiler que controlan aún algunos escaños en el congreso.
El primero, más que un pacto, un “acta de rendición” en la que el ex presidente Fernández vive su peor momento de la política partidista y nacional, ultrajado por el mismo organismo que preside. Al segundo, lo llamaríamos un ofrecimiento de los seguidores de Vargas y refrendados por este, al verse acorralados con una minúscula militancia que corre despavorida detrás de la opción de poder que representan sus antiguos compañeros.
Ante la caída de la popularidad de Medina, tras anunciarse los acuerdos y la reforma constitucional, cualquier experto en marketing político dudaría que el gobierno se enfrente a una segunda modificación constitucional antes de mayo venidero, como reza el acuerdo con Fernández o que se modifiquen las leyes electoral, territorial y otras, eliminando el voto preferencial y aumentando el número de provincias para satisfacer las peticiones del grupo de Vargas.
Fernández perdió mucho o todo. Su equipo fue sitiado y obligado a negociar, aun con la amenaza de que la arrolladora maquinaria estatal le reduzca su representación congresual, municipal y en las altas cortes. En el acuerdo, Vargas cede sus escaños para aprobar la reelección. Eso vale mucho, más de lo que ha pedido. Entrega la codiciada boleta número uno que el viejo PRD había mantenido a capa y espada, voto a voto en procesos anteriores. Por igual, ofrece a las garras reeleccionistas más de 600 millones de pesos que la JCE debe entregar al todavía partido mayoritario, en 2015 y 2016.
La ventaja de Fernández frente a Vargas, radica en que el primero tiene el “acta de rendición” firmada por los 35 megaciudadanos del Comité Político y aun puede con su voz apelar a la palabra de estos para presionar al Gobierno. El segundo solo posee la “buena fe” del presidente y su discurso. Algunos analistas pregonan que Medina “vendió al contado” y que a Vargas “le jugaron un cubo”.
Los equipos de Fernández y Vargas aún se encuentran a la expectativa de si el gobierno y Medina cumplirán los acuerdos. Se hacen llover las amenazas de que el Comité Central, instancia superior al Comité Político, pueda modificar los acuerdos con Fernández y la bravuconada de “pechito” alegando que en la boleta no hay garganta segura. Por su lado, el equipo de Vargas se encuentra a la incertidumbre ya que el acuerdo primario con Fernández, deja sin opción senatorial a sus seguidores.
Por igual, la permanencia del sistema preferencial de elección de los diputados, disminuye a la vecindad de cero, la probabilidad de que algún candidato de Vargas obtenga un escaño. Algunos expertos alegan que aún los candidatos a la cámara baja del equipo de Fernández, corren el riesgo de ser aplastados por los candidatos del Gobierno en la elección preferencial interna en mayo próximo.
El rechazo al acuerdo por parte de las bases del partido de Gobierno en pueblos del interior y municipios del gran Santo Domingo, han retrasado la firma del acuerdo Vargas – Medina. Estas sublevaciones incontrolables se oponen a la ratificación de la candidatura de algún alcalde perredeista o la reafirmación pura y simple de un similar peledeista sin convención. Algunos han amenazados de emigrar con sus tropas al PRM o a Alianza País, donde serían recibidos a brazos abiertos.
Otra incertidumbre se genera entre los candidatos de Vargas, al este solicitar en su discurso la construcción de un tren Puerto Plata – Haina y otras obras. Se teme que acceda a desmontar candidaturas a cambio de las asignaciones parecidas a las que ha aceptado anteriormente en los consorcios participantes en la construcción del Metro de Santo Domingo.
El acuerdo Medina – Vargas, tampoco garantiza una votación superior al 5% para el viejo PRD que mantendría la condición de “partido mayoritario” del sistema y las mieles presupuestarias que eso significa.
Por su lado, los bloques de oposición se preparan con sus ambulancias y camillas en mano, a atraer a aquellos que se ven lesionados por los acuerdos Fernandez – Medina y Medina – Vargas. Desde ya, muchos precandidatos, han amarrado su mula y con sus tropas han partido al PRM. Algunos, como el caso de la provincia de Azua, podrían causar severas lesiones al partido de Gobierno.
Seguidores de Vargas han argumentado que los perremeistas rechazaron de plano un acuerdo y que los forzaron a acudir al Gobierno, tras sus últimas estadísticas. Un acuerdo con Vargas, hubiese fortalecido al viejo PRD, retornando algunos de los disidentes y manteniendo la tradicional fortaleza, reduciendo al PRM a menos de dos cifras en las preferencias del electorado y bajo la incertidumbre de cumplimiento electoral, que a decir de algunos, ya se conocen los resultados del 2012.
Por su lado, los reformistas, incluido Amable, parecen tener más experiencia en amarres y acuerdos, apostando menos a la incertidumbre. Con la pasividad con que justifican su apoyo a la reforma, por simple “coherencia histórica”, esperan pacientemente a que los números se acomoden y las aguas se nivelen, con sus escasos votos focalizados y escondidos, aguardan un mejor momento en el que las pujas sean mayores y más atractivas.
Aún faltan diez meses para un torneo electoral predefinido, en la que la oposición apuesta a una figura joven, sin rechazo y de techo alto, de manos del economista Luís Abinader Corona, mientras que el gobierno aspira a detener la bajada en la popularidad del ciudadano presidente, a cerrar la hemorragia de la salida de dirigentes, pendientes a las piedras hasta el final del camino y a atentos a que los “Caballos de Troya”, con los que ha pactado, cumplan.
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