Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13

Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. -Filipenses 4:13

Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente: no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios será contigo en donde quiera que fueres. Josué 1:9

Periodista Cesáreo Silvestre Peguero, editor de este portal Web.

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jueves, 17 de julio de 2025

PUERTAS CERRADAS Y ALMAS VACÍAS

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Reflexión sobre la indolencia, la soberbia y la ausencia de compasión en la sociedad moderna

Por Cesáreo Silvestre Peguero

En la sociedad actual, sobran los porteros de alma dura y escasean los que abren el corazón al clamor ajeno. Esta reflexión denuncia con


claridad el egoísmo moderno y reclama el retorno a la compasión como pilar humano y espiritual.

¿Quién cerró tantas puertas, si no fue Dios ni el destino?

Fueron manos humanas… endurecidas por la soberbia, guiadas por el capricho, alimentadas por el ego.

Hay puertas que no las tranca el cielo, ni el tiempo, ni la necesidad. Las cierran algunos porteros del alma que, por simple orgullo, deciden quién merece avanzar… y quién no.

Se sienten dueños de lo ajeno, pero olvidan que los cementerios también reciben a los jueces del momento y los encierran en el mismo silencio… donde ya no valen sus llaves.

Vivimos entre miradas clausuradas por el egoísmo. En un mundo donde la indiferencia pesa más que el dolor del prójimo, y donde los corazones se blindan contra el gemido del que clama.

¿En qué momento se perdió la capacidad de abrir, aunque sea una rendija, al suspiro del hermano? Hay llamadas que no suenan.

No porque no se marquen, sino porque nadie desea responderlas.

Gritos del alma que se estrellan contra muros invisibles, levantados por corazones sin compasión… y, por ende, sin paz.

Porque mantener la puerta entreabierta requiere humanidad… y ya no todos la conservan.

Abundan los ejecutores de injusticias.

Gente desprovista de alma, que decide a conveniencia, que desecha al que no le sirve, que pisotea sin mirar.

Artesanos de lo inútil, que levantan jerarquías de papel sobre un basurero de valores olvidados.

Y entre tanto desprecio, también están los que jamás tuvieron nada, y ahora, con un poco de poder, se creen dioses menores.

Olvidaron sus raíces, su polvo, su hambre.

Caminan por alfombras tejidas con la miseria de otros.

Se les aplaude… pero están vacíos.

Ya no son personas: son personajes.

Fingen importancia, pero su brillo es plástico.

Se muestran en medios, en eventos, en cargos… pero no se les ve en el alma.

Y eso, hermano… eso es más triste que la pobreza.

Así marchan los farsantes del amor, los descontinuados del afecto, los que han perdido el temor de Dios y la compasión por el prójimo.

Viven como si fueran eternos, pero morirán como todos.

Porque la soberbia también tiene fecha de expiración.

> “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado…”

 Lucas, capítulo 14, verso 11)

¡El Señor reprenda al diablo y despierte a los corazones dormidos!

Conclusión para el alma

Este escrito no es contra usted, ni contra nación alguna.

Es una súplica en letras.

Un recordatorio urgente para los que han olvidado que la grandeza está en la humildad, y que la verdadera riqueza se encuentra en abrir la puerta al que llama.

Porque servir es más noble que mandar…

Y amar es más eterno que brillar.

Aún estamos a tiempo de abrir la puerta.

Aún podemos ser humanos… antes de ser enterrados como máscaras vacías.

Donde florece el alma

algomasquenoticias@gmail.com 

Por Cesáreo Silvestre









No busques el esplendor en relojes que ciegan, ni en cadenas doradas que atan la vanidad; no lo busques en mansiones de ecos fríos, ni en veleros que cruzan mares sin alma.

Lujo es reír sin pedirle permiso a la tristeza, es tener amigos que no se compran ni se venden, es despertar con salud sin anuncios,

y sentir la lluvia tocar tu piel como una carta escrita por el cielo. No lo hallarás en vitrinas de humo, ni en obsequios que envuelven el vacío; no está en fiestas de máscaras ruidosas,

ni en salones donde el alma se esconde. Lujo es ser amado con verdad, que te nombren con ternura y te esperen con un abrazo que no juzga. Lujo es ser valorado por lo que eres, no por lo que aparenta

Marino Pérez, el alma cruda de un pueblo en amargue

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Por Cesáreo Silvestre Peguero

Nació un 26 de diciembre del año 1946, en el humilde paraje de Guayabo Dulce, Hato Mayor, donde la tierra aún rezuma sudor campesino. Marino Pérez llegó al mundo sin lujos ni promesas, pero

con el alma encendida de melodías tristes que aún no sabían su nombre. Desde niño conoció el peso del machete y el olor salobre de los ríos. Pescador, cortador de caña, sobreviviente del olvido. En la miseria encontró su escuela, y en el dolor, la voz con que más tarde cantaría las entrañas del pueblo. Cuando su juventud lo llevó a San Pedro de Macorís, no buscó la fama: buscó un escenario donde pudiera decir su verdad. Y lo encontró entre tabernas, bocinas callejeras y pequeños conjuntos donde su voz empezó a inquietar la rutina de los conformes. Fue con Los Cibernéticos donde despegó su andar artístico, pero fue El trago de olvidar, grabado en 1969, el tema que lo llevó a dejar de ser un desconocido con guitarra en mano, para convertirse en “El Bachatero del Pueblo”.

Marino no cantaba para las élites. Cantaba para los heridos. Su bachata no era rosa ni de estudio, era ron, callejón, celda y amanecer. Sus letras hablaban con crudeza de lo que muchos callaban: borracheras interminables, traiciones sin consuelo, amores comprados, miseria sin disfraz. Fue voz de los marginados, espejo sin filtro de una sociedad que quería bailar la tristeza, pero sin mirarse al rostro.

Aclamando el licor, La espero bebiendo, De taberna en taberna, Qué sigan criticando… no eran solo títulos, eran testimonios cantados, documentos sociales de una época en que la bachata aún era despreciada por la academia, pero adorada por el corazón roto del pueblo.

Pese a su falta de formación técnica, tenía un don que no se enseña: autenticidad. Era tan de carne y hueso como sus versos, tan imperfecto como verdadero. Su estilo, muchas veces improvisado y cargado de humor crudo, terminó siendo replicado por otros, y hasta grandes orquestas de merengue adaptaron sus canciones. De hecho, fue nada menos que el maestro Wilfrido Vargas, ícono del ritmo caribeño, quien grabó varios de sus temas, dándole una proyección inédita hasta entonces. Su música fue tan contagiosa que también intérpretes como  Anthony Santos, Romeo Santos, Raulín Rodríguez, Luis Vargas, Joel Vera, nuestro Marcos Caminero y el cantante urbano Vakero,  retomaron su legado musical, versionando sus canciones y llevándolas a nuevas generaciones.

Marino Pérez murió pobre, con las ropas del olvido cubriéndole el cuerpo y el alma... mientras hoy, muchos intérpretes del género que él dignificó, la bachata, viven en mansiones, conducen autos de lujo y llenan estadios alrededor del mundo. Él sembró con las manos desnudas, y otros recogen el fruto bajo reflectores. No envidiamos el éxito de nadie, pero no podemos callar la injusticia del olvido.

Esto debería llevarnos a una seria reflexión: ¿por qué esperamos la muerte para valorar la autenticidad? ¿Por qué la sociedad ignora al que abre camino y solo aplaude al que llega primero con trajes caros? ¿Cuántos más como Marino están ahora mismo cantando en silencio mientras los aplausos son para quienes aprendieron a brillar sin sudar?

El 26 de julio de este año se cumplen 34 años del sepelio más concurrido en la historia de San Pedro de Macorís. Aquella tarde no fue solo un entierro: fue una peregrinación espontánea del pueblo que, entre lágrimas y canciones, despedía a uno de los suyos. Chijo Zorrilla, figura igualmente emblemática del canto de amargue, estuvo allí, acompañando con su voz dolida el adiós de su hermano musical. Juntos, habían tallado con notas rústicas y verdades crudas, una página imborrable del alma popular dominicana.

A Marino Pérez lo lloraron con la misma intensidad con que lo habían cantado: sin reservas. 

Lecciones para el alma despierta

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Por Cesáreo Silvestre Peguero

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Siempre habrá tormentas, como olas que no se rinden.

Pero la vida no se trata de huir del mar, sino de aprender a danzar sobre sus aguas agitadas,

y sonreír entre sombras mientras se filtra la luz. El porvenir no es adivinanza ni decreto…

es un templo levantado día a día, con los hábitos humildes que repites en secreto.

No somos lo que deseamos con los ojos cerrados, somos lo que forjamos con los actos constantes.

En este mundo que muda como viento en los árboles, solo dos cosas obedecen tu mando: el empeño que entregas y la actitud con que amaneces.

Todo lo demás… es brisa pasajera. No esperes una señal para empezar: empieza.

Camina, tropieza, levántate, y ya en movimiento, aprende a avanzar con sabiduría.

La felicidad no grita ni se viste de gala, no es una risa vacía ni un lujo encerrado tras vitrinas.

La verdadera dicha brota de un propósito eterno: saber que tu vida tiene raíz, que tu paso deja fruto más allá del placer fugaz.

La vida se vuelve áspera cuando exiges del mundo lo que tú aún no das. Pero si elevas tus principios y disminuyes tus expectativas,

la existencia se vuelve más liviana, y tú… más firme. La mitad de tus tormentas no descienden del cielo, nacen en tu mente, enredada en hilos que no eran cadenas.

No todo es tan grave como lo imaginas. No persigas fórmulas ocultas

cuando lo que necesitas es fidelidad al bien. La repetición humilde es el taller del crecimiento.

Haz lo correcto una y otra vez, aunque no haya aplausos, aunque el mundo mire hacia otro lado.

No cedas tu timón a la opinión ajena, al oro que se oxida,

ni a las heridas no sanadas. Tu alma es más libre

de lo que el dolor te ha hecho creer.

En cada piedra, en cada tropiezo o pérdida, se esconde una semilla de revelación. Afina tu mirada para verla, y tu quebranto será maestro.

Y si todo se torna gris y no encuentras motivos para cantar,

da gracias, igual. Porque lo que tú llamas “un día común”,

es el milagro que otro suplicó de rodillas