¡Qué lejos está el ideal, qué lejos. ¿Cómo llenar ese abismo? ¿Cómo cegarlo? ¿Cómo alcanzar la risueña playa que adivinamos que existe en la orilla opuesta? El árabe sediento ve de repente agitarse a lo lejos la melena de las palmas y hacia allá fustiga su camello.
Defendiendo el abismo están las preocupaciones, las tradiciones, el fanatismo religioso, la ley; para poder pasar es preciso vencer a sus defensores hasta llenar de sangre ese abismo y en seguida embarcarse, nuevo Mar Rojo.
Y a llenar ese abismo se han dedicado los hombres generosos a través de los tiempos con sangre de los malvados ¡ay! y con su sangre también; pero el abismo no se llena; podria vaciarse en él la sangre de toda la humanidad sin que por eso se llenase el abismo: es que hay que ahogar en esa sangre las preocupaciones, las tradiciones, el fanatismo religioso y la ley de los que oprimen.
Los jefes han sido siempre menos radicales que el grupo de hombres a quienes pretenden dirigir y esto tiene su razón de ser: el poder vuelve conservador al hombre y no sólo eso, sino que lo encariña con el mando.
Para no perder su posición los jefes moderan su radicalismo, lo comprimen, lo desfiguran, evitan los choques con los intereses contrarios; y si por la naturaleza de las cosas mismas el choque es inevitable y la lucha armada es una necesidad.
El ideal … el ideal queda muy lejos después de estas luchas de enanos. Con ellas se consigue barrer la superficie y nada más.Por eso, a pesar de la sangre derramada a través de los tiempos; a pesar del sacrificio de tantos hombres generosos; a pesar de haber lucido en cien banderas las bellas palabras libertad, igualdad, fraternidad.
Es necesario ahondar, es preciso profundizar. Los jefes son cobardes; los jefes no ahondan ni profundizan.
El impulso revolucionario tropieza siempre con el moderantismo de los llamados directores, hábiles politicos si se quiere, pero sin nervio revolucionario. Sobre lo que es necesario poner valerosamente las manos, si se quiere hacer obra revolucionaria y no obra de politicos vulgares, de ambiciosos de puestos públicos.
Libertad, igualdad, fraternidad: tres bellas palabras que se hace necesario convertir en tres bellos hechos.
Una vez más hay que decirlo: la libertad politica no da de comer al pueblo; es necesario conquistar la libertad económica, base de todas las libertades y sin la cual la libertad politica es una sangrienta ironía que convierte al pueblo-rey en un verdadero rey de burlas; porque si en teoria es libre, en la práctica es esclavo.
Y mientras no se avance valerosamente por el camino de la liberación económica para lo más desposeídos, no se hará obra sana.La libertad no puede existir mientras sea una parte de la sociedad la que haga las leyes para que las obedezca la parte restante;.
pues fácil es comprender que nadie hará una ley que sea contraria a sus intereses, y como la clase que posee la riqueza es la que hace las leyes, o, al menos, la que ordena que se hagan, estas tienen que resultar, en todo, favorables a los intereses del Capital, y, por lo mismo, desfavorables para los intereses de los pobres.
He aquí la razón de por qué la ley no alcanza a castigar a los ricos ni molesta a éstos para nada. Todas las cargas sociales y politicas recaen sobre el pobre.
Las contribuciones tienen que ser pagadas, exclusivamente, por los pobres; los servicios gratuitos, como rondas, fatigas y otras, pesan, exclusivamente, sobre las espaldas del pobre; el contingente para el Ejército se recluta únicamente entre los proletarios, y en la casa pública no se degradan las hijas de la burguesía, sino las hijas de los pobres.
No podía ser de otro modo: sería absurdo pensar que los ricos hacen la ley contra ellos mismos.
¿Puede, en tales condiciones, existir la igualdad? Socialmente la igualdad es una quimera bajo el régimen actual. ¿Cómo pueden ser iguales el pobre y el rico? Ni en ilustración, ni en el modo de vestir, ni en la manera de vivir se parecen la clase dominadora y la clase dominada.
El trabajo del pobre es rudo y fatigoso; su vida es una serie de privaciones y de angustias, ocasionadas por la miseria; sus distracciones son escasas.
En cuanto a la igualdad; Si socialmente es imposible la igualdad entre los hombres mientras haya clases sociales, no lo es menos políticamente.
Los jueces se declaran a favor de los ricos y en contra de los pobres al pronunciar sus sentencias; el ejercicio del derecho electoral resulta siempre dirigido, organizado y llevado a cabo por las clases dominantes, por ser las que tienen tiempo para ello.
Quedando a los pobres únicamente el derecho de llevar las boletas a las casillas electorales con el nombre que han escogido los directores y organizadores de la elección; de donde resulta que los proletarios eligen a quien las clases dominantes quieren que elijan; y no tienen la representación social que dan la educación, la independencia económica y aun el simple traje elegante, y carecen de la ilustración necesaria para competir, con ventaja, con las lumbreras intelectuales de la burguesia.
¡Fraternidad! ¿Qué fraternidad puede existir entre el lobo y el cordero? La desigualdad social hace a las clases sociales enemigas naturales unas de otras.
Los poseedores no pueden abrigar sentimientos de amistad para los desheredados, en quienes ven una amenaza constante para el disfrute tranquilo de sus riquezas, mientras los pobres tampoco pueden abrigar sentimientos fraternales para aquellos que los oprimen y les merman el producto de su trabajo.
De aqui nace un antagonismo constante, una querella interminable, una lucha solapada y a veces abierta y decisiva entre las dos clases sociales, lucha que da vida y fuerza a sentimientos de odio, a deseos de venganza que no son los más apropiados a la creación de lazos fraternales y de amistad sincera, imposibles en las relaciones .
Entre el verdugo y de la victima. Pero no es esto todo. Hay todavia algo más que impide a los seres humanos acercarse, abrirse el corazón y ser hermanos. La lucha por la vida, aunque sea vergonzoso confesarlo, reviste, en la especie humana, los mismos caracteres de brutalidad y de ferocidad que en las especies inferiores animales.
El egoismo impera en las relaciones entre los hombres. No educada la especie humana en la solidaridad y el apoyo mutuo, cada cual va en pos del pan a disputarlo a sus semejantes, del mismo modo que los perros hambrientos se disputan a mordidas el derecho de morder un hueso hediondo. Esta es una verdad en todas las clases sociales.
El rico, envidioso de la riqueza de otro rico, le hace la guerra para aumentar sus tesoros con los despojos del de su clase. A eso se le llama, con la hipocresía de la época, la competencia.
El pobre, por su parte, es enemigo de sus hermanos igualmente pobres. El pobre ve un enemigo en otro pobre que se acerca, tal vez a alquilarse por menos precio. Si hay una huelga, no faltan hambrientos dispuestos a hacer traición a sus hermanos de clase, ocupando los lugares de los huelguistas.
De este modo las cosas, la fraternidad es un sueño, y en su lugar sólo hallamos el odio de una clase contra otra clase: el odio de los individuos de una misma clase entre si; la espantosa guerra de todos contra todos, que deshonra a la raza humana y retarda el advenimiento de ese día de amor y de justicia con que sueñan los hombres generosos del mundo.