Ningún héroe representa tanto la vida nacional dominicana como don Alonso Quijano, esa creación maravillosa nacida de la imaginación de Miguel de Cervantes. A todos los que alguna vez se dedicaron a construir un mundo mejor, a embarcarse en grandes hazañas históricas, muy superiores a sus fuerzas, se les suele comparar con la figura novelesca de don Quijote. El oportunismo, la tendencia a colocarse del lado del más fuerte y a sepultar a la razón hace que muchos dominicanos se burlen brutalmente del quijotismo que nos lleva a defender a la patria en condiciones dificilísima y a un precio muy alto.
Al igual que el caballero de la triste figura, Juan Pablo Duarte, imaginó la independencia de los dominicanos, sin el apoyo necesario para que esa hazaña pudiera concretarse cabalmente. Tan pronto se proclamó la Independencia , el país quedó dividido en dos bandos, enfrentando, además, a un enemigo avieso y hostil, que nunca nos ha dado tregua.
En la base de todos los males que padeció entonces la república, se hallaba la desgarradora división de los dirigentes políticos. En el campo de batalla de la nación se enfrentaron dos proyectos.
Aquellos que consideraban que debíamos resolver los problemas que nos planteaba el estado de guerra con Haití de 1844, con una intervención internacional. Para dejar zanjadas las cosas, imaginaron anexionar el territorio a un Estado extranjero que nos pusiera a salvo de la disolución a que nos exponía la dominación haitiana. .Desde meses antes de la Independencia, se hallaba en Puerto Príncipe, un grupo de dominicanos que habían entrado como diputados en el Parlamento haitiano: Buenaventura Báez, Manuel María Valencia, Juan Nepomuceno Tejera, Francisco Javier Abreu, Remigio del Castillo, Pablo López Villanueva y otros que habían ideado un plan para deshacerse del yugo haitiano, buscando un protectorado de Francia. En esas tratativas se hallaba el cónsul francés Monsieur Levasseur, el almirante Des Moges, comandante de todas las fuerzas militares francesas de las Antillas, y el cónsul francés en la isla Juchereau de Saint Denys, quien, aprovechó las circunstancias del terremoto que destruyó Cabo Haitiano en 1842 para trasladarse a Santo Domingo y continuar la maniobra del grupo capitaneado por Buenaventura Báez. En 1844, esas maquinaciones habían avanzado muchísimo.
Por otro lado, se desarrollaba muy ampliamente el proyecto de Duarte. En cada una de las provincias, el patricio había iniciado su labor revolucionaria en 1838 con el movimiento Trinitario; implantaba las llamadas Juntas Populares, apéndices de las ideas de libertad y desarrollaba parejamente una extensísima labor conspirativa. Se asoció al movimiento haitiano de la Reforma, cuyo objetivo era derrocar la dictadura de Jean Pierre Boyer, grupo encabezado en Haití por Charles Herard. Calculaba el patricio que, aun cuando no teníamos los medios para vencer los factores adversos a la independencia, debíamos tenerla como ambición y porvenir, como la única solución al pueblo dominicano.
En 1843, las dos tendencias que combatían de un modo distinto a la dictadura de Boyer, transitaban por caminos opuestos.
Tras el triunfo del movimiento de la Reforma que derrocó a Jean Pierre Boyer en 1843, el periódico El Teléfono, da cuenta de la celebración de una reunión de todas las tendencias en la casa de don José Diez. En ese cónclave, Duarte se propuso exponerle su proyecto de Independencia y el modo de llevarlo a cabo al bando contrario. Era un último esfuerzo del patricio de unificar a los dominicanos y convencer a esa porción que siempre se ha plegado al intervencionismo internacional de que debíamos ir a la Independencia pura y simple. Ya para entonces los afrancesados habían llegado a compromisos inconfesables.
De esa reunión, salió el chivatazo publicado en La Chicharra, libelo al servicio del Gobierno haitiano, donde se denunciaba con pelos y señales, el proyecto de Duarte y de todo el movimiento separatista ante el Gobierno haitiano. A partir de entonces, Charles Herard, desató una brutal persecución contra todo el movimiento independentista que obligó a Duarte a exiliarse en Venezuela. Sobre esta circunstancia dice Peña Batlle lo siguiente:
“Llego el momento en que se vieron tan avanzados los trabajos de Báez y sus compañeros con el Cónsul Levasseur y el Almirante Des Mosges, que, ante el inminente peligro de que esos trabajos llegaran a tener éxito, los trinitarios decidieron precipitar los acontecimientos asegurando el triunfo de su causa al amparo de un golpe de audacia; si el pronunciamiento del 27 de febrero no revistió los caracteres de preparación y madurez que una medida de esa naturaleza requería se debió indudablemente, a la necesidad en que se vieron los directores del movimiento de hacer fracasar los propósitos y los trabajos de Levasseur y los dominicanos afrancesados.” Se barruntaba que para el mes de abril de 1844, los afrancesados pondrían en ejecución los planes de Báez y de Levasseur. Todas esas tendencias quedaron anuladas súbitamente por el gesto de los trinitarios. “. (Ensayos históricos, Sto. Dgo, 1989, Editora Taller)
Al momento de producirse la proclamación de la Independencia el 27 de febrero de 1844, la República no se hallaba preparada aún para adoptar el ideario de Juan Pablo Duarte, mentor y maestro de la libertad de los dominicanos. El 9 de junio de 1844, los Trinitarios dieron el golpe de Estado, y tomaron plenamente el control de la guerra de Independencia. El contragolpe de Santana derrotó a los patriotas, y llevó al exilio a Juan Pablo Duarte.
En medio de aquellas circunstancias desfavorables, Duarte mantuvo inalterable la bandera de la independencia pura y simple. Así describe Peña Batlle la figura de este Quijote:
“Un momento de debilidad del Maestro en el seno de la Junta Central Gubernativa, cuando esta concluyó formalmente con Francia la cuestión de la Bahía de Samaná, hubiera comprometido definitivamente la suerte de la República. Un momento de ambición o de egoísmo, cuando su nombre fue lanzado a la arena de las ambiciones políticas, proclamándolo Mella y Villanueva en el Cibao, como Presidente de la República; un momento de indecisión, de aturdimiento entonces, hubiera comprometido la fuerza y la elevación de su ideal purísimo. El pueblo dominicano no estaba preparado para comprender y consagrar ese ideal, los hechos comprobaron esa verdad en menos de tres meses. Sin embargo, el ideal se salvó, porque Duarte, gran corazón y gran pensamiento, supo vivir para el ideal; porque Duarte supo morir para que su muerte diera aliento supremo al apostolado de su vida. Tal fue la misión de aquel gran hombre: sacrificarse a su concepción”. (Ibídem)
En la primera República el liderazgo dominante fue encarnado por Buenaventura Báez y Pedro Santana. Los dos caudillos eran entreguistas, querían traspasarle a extranjeros el control de país. Ambos habían ensayado, en esos años tristes, el ideal anexionista .De ambos sólo había que esperar la derrota final de la Independencia. Duarte, sin tener las grandes probabilidades de un ejército, se embarcó en la guerra de Independencia con la idea de que lucharíamos hasta obtener la plena libertad del yugo haitiano. Mientras algunos pensaban en la llegada del descanso, del disfrute de los goces de la vida, tras las refriegas, en Juan Pablo Duarte la obsesión por la Independencia dominicana se convierte en un ideal. El patricio enfrenta dos proyectos adversos al ideal que se había propuesto. Tenía que luchar contra los haitianos que se habían propuesto anular nuestra Independencia y contra una facción de los dominicanos que habían decidido, para zanjar esas dificultades, entregarnos a un poder extranjero.
El proyecto haitiano era la unificación de la isla en un solo Estado bajo el dominio de Haití. Fue esa la causa eficiente de la guerra que emprendieron los haitianos contra los dominicanos. Se trataba de un mandato de su Constitución de 1805, que permaneció vigente hasta el Tratado de amistad de 1874. Dice la Constitución haitiana « Son partes integrantes del imperio las islas aquí designadas: Samaná, la Tortuga, la Gonâve, las Cayemites, la isla Vaca la Saône y otras islas adyacentes.
Y luego tenemos el proyecto elaborado por un enemigo interior que habida cuenta de las ventajas demográficas, militares y económicas de Haití , quiso entregarle la suerte de los dominicanos a la intervención extranjera, que derrotara la ambición haitiana
En contraste con estos dos enfoques, el padre de la patria se propone, ante la invasión de un pueblo extraño a nuestra configuración nacional, preservar el sentido inicial de nuestra vida como nación. Lealtad a la cultura, a la lengua, a las tradiciones, al pasado y a todos los próceres que construyeron nuestra gloriosa nación.
Las dos Independencias, la de Haití de 1804 y la dominicana de 1844 difieren radicalmente. Mientras la Revolución haitiana, contrariando la francesa, introdujo el principio de la desigualdad, privando a los blancos del derecho de propiedad constitucionalmente (art. 12) y de las posibilidades de la nacionalidad; la dominicana se fundó en el criterio multirracial, excluyendo el odio de razas. No hay ninguna restricción en nuestra primera Constitución que excluya a una porción de la humanidad fundada en el racismo. El propio patricio lo decía en una redondilla (, los negros, los cobrizos, los blancos, todos somos hermanos).
Mientras los haitianos crearon dos regímenes que no tuvieron continuación en América: la monarquía absoluta y la presidencia vitalicia; los dominicanos desde su primera Constitución fundamentan las bases de un régimen republicano, representativo, democrático, donde la soberanía radica en el pueblo, fundada en el principio de la igualdad de los ciudadanos. La Constitución de 1844 plantea que el Gobierno se halla obligado a garantizar la existencia de la nación. Si conspira contra su existencia, queda ipso facto deslegitimado.
El ideal en Duarte llegó a ser de tal magnitud, que habiéndose enterado de que la República había sido anexionada a España; vende la casa de la familia—el único bien de que disponía– y organiza con esos fondos una expedición para venir en 1864. El patricio quería entregar su vida en la guerra de la Restauración. Los restauradores le evitaron una muerte heroica. Al igual que don Alonso Quijano, Duarte muere en su cama, en Caracas, en una casa pobre, entre las calles Pájaro y Zamuro.
Cuantos Quijotes hemos tenido en nuestra desventurada historia. Todos los que se han acercado a la vida del ingenioso hidalgo llegaron a la conclusión de que la verdadera proeza de don Alonso Quijano radica en imaginar, contra viento y marea, una circunstancia que revuelva el presente y la adversidad. El Quijotismo es el predominio de los ideales, sobre la mediocridad de nuestras vidas. Quijotismo fue el de don Eugenio María de Hostos que trató de regenerar a toda la sociedad dominicana mediante la revolución de la educación, y tuvo que marcharse para no morirse de asfixia moral, en tiempos del dictador Ulises Heureaux.
. Cuando se produjo la invasión estadounidense en 1916, el caudillo Desiderio Arias puso los pies en polvorosa .Se negó a defender el territorio retirándose a Montecristi. Entregó la plaza al invasor yanqui. Entonces un soldado dominicano hasta entonces con poquísima gloria guerrera, pleno de dignidad, decidió combatir al invasor estadounidense en La Barranquita, superando la cobardía de su comandante. Como un Quijote, entra en la historia Máximo Cabral. Sabía de antemano que era una batalla perdida. Que no lograría libertar a su patria. Que moriría junto a un puñado de valientes en la soledad del patriotismo, por un proyecto de patria que aún no se logrado. Como el gran José Martí, Máximo Cabral “murió sin patria, pero sin amo”, en las soledades del cerro de La Barranquita, el 3 de julio de 1916.
. En sus notas, Juan Pablo Duarte define al enemigo interior de los dominicanos con estas palabras:
“En Santo Domingo no hay más que un pueblo que desea ser y se ha proclamado independiente de toda potencia extranjera, y una fracción miserable que siempre se ha pronunciado contra esta ley, contra este querer dominicano, logrando siempre por medio de sus intrigas y sórdidos manejos adueñarse de la situación y hacer aparecer al pueblo dominicano de un modo distinto de cómo es en realidad; esta fracción, o es y será siempre todo, menos dominicana; así se la ve en nuestra historia, representante de todo partido antinacional y enemigo nato por tanto de todas nuestras revoluciones “.