EL AUTOR es abogado. reside en Santiago de los Caballeros.
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“El hombre es un lobo para el hombre”. Hobbes
La deslealtad es tan fácil en determinados seres humanos como la serpiente cambia de piel. Para tratar de entender de lo que es capaz el hombre no se necesita hacer un análisis profundo sobre los tratados modernos de psicología. Sin embargo, para poder interpretar el alcance de su naturaleza solo bastaría ver lo que advierte el filósofo inglés Thomas Hobbes en su obra magnífica «Leviatán», puesta en circulación en Londres en 1651.
En este texto el prestigioso filósofo y político examina la voluntad y la conducta humana, el poder y la desfachatez del hombre. Y esto ha ocurrido con los falsos analistas que cansados de rendirle pleitesías a Leonel Fernández tenían y tienen que ser los camareros del nuevo príncipe de la Casa de Gobierno. Afortunadamente, por encima de los falsos analistas de este país a Leonel no le ha pasado lo de Robespierre.
Hobbes nos explica que el hombre cuando vive en su estado natural se enfrenta a su mejor definición y esclarece esta noción en dos de sus resoluciones más conocidas: «Guerra de todos contra todos» y «El hombre es un lobo para el hombre». Y este es el caso de los falsos analistas, que obviando un análisis político constitucional han pretendido descuartizar el «león». Tenemos que saber que cuando pelean los leones aparte de los heridos, es la selva la que sufre. La excepción seria la conducta de las hienas, las mismas que en la televisión dominicana han querido devorar el león. Me atrevería decir que Rafael Vidal y R. Cesar Tolentino leerán este artículo en el cielo.
Razonando sobre estos conceptos relacionados con la naturaleza del hombre y observando, al mismo tiempo, algunos comportamientos, he quedado aturdido después del discurso del expresidente Leonel Fernández al notar desconcertado cómo cambian de color ciertos camaleones de nuestra política y de la prensa mediática cuando la influencia del exmandatario ha dejado de alumbrar y el candil ha cambiado de mano.
No cabe duda que ante la sagacidad asombrosa del Leviatán tenemos que acudir casi obligado a la cátedra de Hobbes cuando nos dice que esta clase de bestia necesita de un «poder supremo [el Estado] que se dedique a contener la maldad innata en el ser humano». Siempre he sido contrario a la ingratitud o a la apostasía del hombre porque esa conducta es un acto pérfido o de herejía social. Por eso el Leviatán aparece en el libro de Génesis como una «bestia marina asociada con Satanás».
Alguna gente del país sentado en cuclillas bajo la escalinata del Palacio Nacional no «entendió» el discurso de Leonel, porque con fines aviesos trataron intencionalmente de restarle méritos a su contenido temiendo enfrentarse a un debate político en el país. Si los reeleccionistas, en el contexto actual, hubiesen optado —cosa que no era políticamente deseable— debatir las ideas políticas que Leonel puso sobre el tapete esa noche, el resultado final de esa discusión hubiese arrojado que el Estado, al igual a como ha ocurrido en circunstancias anteriores, está presto a corromperse en cualquier momento, cuando un gobernante trata de darle rienda suelta a sus ansias de poder.
Leonel, que disfrutó de la miel del poder durante doce años, sabe por experiencia propia, como explicó Hobbes, que a las pasiones naturales del hombre se oponen las leyes morales, siendo a su vez leyes naturales. Por tanto él entendía que a las aspiraciones continuistas de Danilo Medina había que frenarlas —y esta idea podía perjudicarle a futuras aspiraciones presidencialistas del propio Leonel— con una modificación constitucional aleccionadora al estilo de la que acaba de ser aprobada en Colombia.
Empero, como lo que parece que se estaba organizando desde el Palacio Nacional a través de encuestas hábilmente elaboradas para reflejar preferencias y simpatías sesgadas que favorecieran la reelección frente a una población dócil, carente de criterio y alimentada su mente por una alta dosis de rechazo de Leonel, todas las condiciones estaban en el terreno político para beneficiar la reelección del presidente Medina y no oír las ponderaciones políticas que hacía Leonel en su discurso.
No está en la mente de Danilo ni tampoco estuvo en la de Leonel y no creo que estaría en la cabeza de Abinader concebir un Estado como el que propone Hobbes en la segunda parte de su obra Leviatán. El Estado que insinúa el prestigioso filósofo inglés, es como una res publica, es decir, un poder organizado de forma común cuya función es «regentar» o administrar la cosa pública fundándose a partir de voluntades individuales libres que decidan actuar para adquirir ventajas colectivas.
Además, en ese tipo de Estado estaba implícita la rebeldía del ciudadano contra el soberano: «Cuando éste causara perjuicios a su integridad corporal o a su libertad física», o sea, si el soberano no cumplía su parte del contrato social el pacto quedaba roto inmediatamente. Me atrevería decir que ninguno de los gobernantes que ha tenido la República ha cumplido efectivamente con su responsabilidad o contrato social contraído de forma tácita ante los gobernados. Todo lo que ha habido de desarrollo son apariencias con las que solo se justifican formas engañosas de progreso.
Volviendo al propósito esencial de este trabajo que es la deslealtad del hombre planteada por Hobbes, repito que queda mal parada frente a la sociedad aquella persona que debiendo sentir agradecimiento prefiere, por conveniencia personal, asumir la personalidad de Fouché: ser un relativista moral, el ejemplo del político amoral, traidor, falso, deleznable.
Sugiero que después de las críticas fermentadas recibidas por el expresidente Leonel Fernández a partir de su alocución, algún escritor dominicano con amplias virtudes escriturales debe disponerse a escribir un ensayo, como el escrito por Stefan Zweig antes de envenenarse, titulado: Fouché: retrato de un hombre político, para que defina el «hombre flemático, perverso y metódico que palpita debajo del mito del perfecto traidor», como le bautizó Napoleón a Fouché. Ahora pregunto: ¿Cuántos dominicanos habrá que piensen como Fouché a partir del celebrado discurso de Leonel? Veamos lo que expresó el Duque de Otranto: «Todo hombre tiene su precio, lo que falta es saber cuál es».
Así como Leonel tuvo periodistas y amigos que le amaron con enfermiza locura mientras estuvo en el poder, Danilo tendrá a los mismos que se mudaron de casa haciéndole las mismas muecas y una vez deje de ser jefe de la Casa de Gobierno se repetirá la historia del camaleonismo oportunista y peor aún, la muda de la serpiente.
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