EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.
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Uno de los grandes problemas históricos de la Republica Dominicana a través del tiempo ha sido la consistencia absurda de su liderazgo político en persistir en la creencia de que la mejor manera de avanzar hacia el propósito de lograr sus objetivos es sobre la base de la destrucción de su adversario.
Ese comportamiento recurrente en nuestra historia nacional y en el accionar político de nuestros gobernantes, líderes y dirigentes de todos los partidos políticos del Siglo XX y parte del XXI debe dejarse en el pasado si es que se quiere avanzar hacia el engrandecimiento material y espiritual del pueblo dominicano.
Desde el mismo nacimiento de la República el 27 de febrero de 1844 los actores políticos criollos han tenido una visión y comportamiento errático y personalista que lo que ha hecho es retrasar el proceso de transformación social que nos merecemos como nación.
Ahí están las practicas aborrecibles de 1844-1863 de liberales y conservadores de la primera República, un Pedro Santana brutal, intolerante y sanguinario y un Buenaventura Báez, ambicioso, amante del poder y desprovisto de un sentido de desarrollo de patria.
Luego en la segunda República de 1863-1916 la lucha entre progresistas y nacionalistas encabezado por el nefasto Horacio Vásquez y Manuel Jiménez, todo una época tormentosa para la República Dominicana.
Pero si seguimos más adelante hacia la tercera República 1924- 1965, los brotes de este este comportamiento aún son más pronunciados, intensos y crueles con las instauración de una dictadura que no permitía la más mínima disensión y que perseguía sus adversarios con ánimos desbastadores.
Y ya más próximo, asistimos a una cuarta República 1965-2015 en donde los actores políticos fundamentales han sido el los partidos Revolucionario Dominicano, Reformista Social Cristiano y de la Liberación Dominicana con sus interminables contradicciones y desencuentros que parecen llevarlo al colapso.
Es menester, entonces, después de estudiar minuciosamente cada uno de estos periodos de nuestra vida republicana convocar al nuevo liderazgo y los gobernantes del XXI y la posmodernidad a que desvíen sus pasos de esas prácticas nocivas de hacer política y que comiencen a trillar un nuevo camino que nos conduzca hacia la concordia y la unidad aún con nuestras diferencias.
Es un momento crucial el que vive la Republica Dominicana.
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