Por Cesáreo Silvestre Peguero
Hay voces que no solo se oyen… se sienten. Voces que no se imponen, sino que envuelven.
Que acarician el alma sin alzar el tono. Voces como la de Don Rodolfo Espinal:
templada, noble, inconfundible. Una voz que no anuncia… honra.Que no habla… consagra.
Rodolfo Adriano Espinal Mota no es simplemente la guía sonora del metro de Santo Domingo, ni la firma vocal de instituciones como Central Romana. Es mucho más que eso:
es un custodio del verbo bien dicho, un sembrador de solemnidad en tiempos de ruido y prisa.
Nació un 2.º de diciembre de 1942, en Curazao, Antillas Holandesas, en el seno de una familia consagrada al servicio patrio. Su padre, cónsul general dominicano, sembraba patria fuera del suelo natal, mientras el pequeño Rodolfo empezaba a dar sus primeros pasos en el arte de hablar con sentido.
A los siete años, su voz ya resonaba por primera vez en la emisora CUROM. No era un juego de infancia: era un destino pronunciándose.
Desde entonces, su vida fue un viaje entre continentes, idiomas y micrófonos.
Su formación fue tan rigurosa como cosmopolita. Estudió secundaria en el Rawdah College de Beirut, Líbano, y prestó su voz a Radio Beirut Internacional siendo aún un joven con alma de sabio. En 1963, obtuvo credenciales en Lingüística y Química por el British Council de la Universidad de Londres. A sus 18 años dominaba cinco idiomas; a sus 30, había pisado 50 naciones. Pero lo que más impresiona no es su brillantez académica ni su bagaje cultural, sino su humildad intacta.
Porque Espinal, con todo su prestigio, nunca perdió la nobleza del alma sencilla. Es un políglota, un maestro de ceremonias, un estratega de la palabra. Pero por encima de eso, es un servidor:
una voz que se ofrece sin vanagloria, que se presta con reverencia al mensaje que transmite.
Su timbre claro y profundo parece traído de una época donde la palabra tenía el peso de una promesa y el sabor de la verdad. Y así permanece, como eco fiel de una generación de oro que aún resplandece con dignidad sonora.
En los años 60, dirigió en nuestro país la emblemática Columbia Pictures, siendo parte viva del celuloide y su leyenda.
Hoy, esa misma voz, tan pulida por el tiempo como ungida por el respeto, engalana con su sello mis producciones documentales.
Me honra y me conmueve saber que sea su voz, la suya, la que presente y promueva mis obras ante los oídos del país y del mundo. Porque no se trata solo de grabar un mensaje…
se trata de dejar un legado.
En una de sus intervenciones para mis producciones, Rodolfo Espinal proclama:
> "Tu historia merece quedarse en el tiempo. Cada logro, cada paso puede alzarse como testimonio de tu vida, dejando una huella imborrable en la política, el arte, la causa social,
institucional, profesional o empresarial."
Ese mensaje no solo anuncia. Convoca. Convoca al alma a trascender, a grabar su paso por esta tierra con propósito y sentido.
Porque si algo sabe Don Rodolfo, es que la voz es un instrumento del alma…
y el alma, cuando se entrega con sencillez, se hace inmortal.
Gracias, Don Rodolfo, por sellar con su estampa vocal cada historia que nace de mis manos.
Gracias por dignificar mi trabajo, por envolverlo en el fulgor de su legado,
con el sello de su respeto y la calidez de su amistad.
Que Dios prolongue su existencia y ensanche su herencia sonora,
como faro vivo de autenticidad.
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