Durante el siglo XIX, Londres fue considerada el paradigma de la ciudad industrial: fábricas, chimeneas y una polución galopante eran un atributo más de la urbe, como la neblina espesa y el clima lluvioso. Pero parece que a principios del siglo XXI algunos de sus habitantes quieren empezar a verla no sólo como una de la ciudades más modernas y pobladas del mundo -rebasa los ocho millones de habitantes-, sino también como un futuro parque nacional.
Este es el proyecto de Daniel Raven-Ellison, un profesor atípico que ha acuñado el concepto “geografía de guerrilla” para que los ciudadanos cambien sus prejuicios sobre el estatuto de un lugar, se comprometan con la justicia medioambiental y social, y promuevan interacciones activas en una comunidad.
“El reto es comunicar a la gente la idea de que una ciudad, un espacio urbano, puede ser también un parque nacional.” Desde que lanzó la campaña Greater London National Park hace cuatro meses, ha logrado el apoyo de más de sesenta organizaciones relacionadas con el medio ambiente, la conservación y la educación.
En un momento en el que las metrópolis deben pensar en un urbanismo que se adecue a las exigencias del medio ambiente y, a la vez, mejore las condiciones de vida de los ciudadanos, el proyecto de Raven-Ellison ofrece una nueva vía para los habitantes de las grandes urbes. “Las razones para hacerlo son muchas pero, esencialmente, un parque nacional ofrece una lente, una manera colectiva de ver la ciudad. Es una idea de lo que podemos esperar de un lugar.”
Y en eso tiene mucha razón. En Singapur hay un bosque tropical de 164 hectáreas con tantas especies de árboles como toda Norteamérica. Vitoria-Gasteiz cede el uso de los huertos ecológicos a los vecinos y tiene 97 km de carril bici. Los vascos van por buen camino para llegar al logro de Copenhague, que espera que en 2015 la mitad de su población vaya al trabajo en bicicleta. Curitiba ha plantado 1,5 millones en caminos y carreteras, además de reciclar el 70% de sus desechos.
Tal vez llegue el momento en que se valorará una ciudad según la cantidad de árboles que tenga, la diversidad de fauna y flora, la calidad de su aire. Por si acaso, en Londres hay 3.000 parques, 142 reservas naturales locales, 36 lugares de especial interés científico, cuatro lugares declarados patrimonio mundial por la UNESCO, dos reservas naturales nacionales y 3,8 millones de jardines particulares.
Pero no es la única: Hamburgo, Vancouver, Portland, Rejkiavik han sido designadas como ejemplo de ciudades verdes y, por qué no, podrían seguir su camino.
No se sabe si la iniciativa de Raven-Ellison tendrá éxito, pero sólo imaginar cómo los ciudadanos y las instituciones podrían implicarse para lograr que su ciudad fuera designada parque nacional, algo de lo que podrían felicitarse, merece la pena.
Para ello sólo es necesario seguir el ejemplo de estas ciudades: apostar por un modelo urbano sostenible que prime las energías renovables, el transporte público y en bicicleta, y la creación de amplios espacios verdes que oxigenen el entramado de la ciudad.
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