El Programa de Naciones Unidas por el Desarrollo (PNUD) estima que para 2050 habrá 9.600 millones de personas en todo el planeta. Para gestionar una población mundial de ese tamaño, empoderar a los jóvenes para evitar el conflicto político y social es una necesidad de primera orden.

Muchos de los países con más presencia de población adulta joven, tienen actualmente problemas de violencia o inestabilidad política o social provocados por la marginalidad, la exclusión y la falta de oportunidades.
La gran presencia de jóvenes no es en sí sinónimo de conflicto, pero sí cuando va acompañada de escasa educación, mercado laboral incapaz de proveer de empleo a estos ciudadanos, y un sistema político inaccesible y excluyente para los jóvenes.
Según PNUD, “las estructuras poblacionales juegan un importante papel en la paz y estabilidad general de un país”. Las explosiones juveniles pueden suponer progreso y desarrollo, en lugar de originar violencia y disturbios, si van de la mano de planes nacionales de empleo y educación, tal y como recomienda Naciones Unidas.
Existen países que son ejemplo de las aportaciones positivas de las explosiones juveniles, como Irlanda, donde la gran presencia de jóvenes ha contribuído a fortalecer su economía en momentos previos a la crisis.
La aportación de la juventud en materia laboral es importante por las renovación de ideas y técnicas que deben surgir de una formación adecuada basada en la igualdad de oportunidades.
Los países con mayores índices de conflictividad social deberían establecer programas de educación social y de formación cualificada para sacar a los jóvenes parados de la calle y la delincuencia y darles empleos donde puedan aportar en términos de desarrollo para la mejora de su país.
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