Hay almas que aún no han despertado del letargo de la vanidad, y se irritan ante el más leve roce de una corrección. Para ellas, el señalarles una falta es una afrenta; como si la verdad, al rozarlas, las despojara de su orgullo artificial.
Y sin embargo, corregir no es herir… sino advertir.
Es advertir que se ha torcido el paso, que el juicio necesita afinarse, que el alma aún tiene espacio para crecer.
Pocos saben recibir la crítica como un acto de ternura intelectual, como una caricia que pule el carácter. Muchos la sienten como afrenta, cuando en verdad es una oportunidad para redimirse del error, y emerger más sabios, más humildes… más humanos.
La inmadurez se evidencia en quien desprecia el juicio ajeno, y se embriaga con la alabanza fácil. Porque la adulación, aunque dulce al oído, adormece el discernimiento y enturbia el alma. La crítica, en cambio, aunque duela, ilumina.
Como bisturí del alma, hiere para sanar, abre para cerrar mejor.
Isaiah Berlin, con sabiduría de siglos, advertía que hay más salud en la crítica rigurosa que en el aplauso constante. Porque el halago permanente cierra los ojos del entendimiento y empobrece el espíritu. Solo quien es confrontado, puede crecer. Solo quien se atreve a escuchar lo que no halaga, puede romper las cadenas del conformismo.
La crítica, cuando es justa, nace del amor.
Del amor al otro, del amor a la verdad, del deseo de que todos avancemos por caminos más rectos.
Es lluvia fina que molesta al principio… pero riega la semilla del entendimiento.
Como dijo Simón Guerrero con pluma certera:
“La crítica, como la lluvia, paga sus gastos.”
Pero cuidado: no toda crítica es noble. Hay quien disfraza su resentimiento de juicio, y su envidia de observación. La crítica verdadera no busca hundir, sino levantar. No se alimenta del escarnio, sino de la razón. No busca aplausos, sino frutos.
Debe ser sabia, justa, fundamentada. No se trata de decir por decir, sino de pensar antes de hablar, y amar antes de corregir.
La crítica habita en todos los escenarios del espíritu humano: el arte, la ciencia, el teatro, el deporte, la literatura, la política, los medios de comunicación. Cada una tiene su peso, su lenguaje, su intención. Pero todas si son auténticas buscan lo mismo: edificar.
Quiera Dios que estas palabras calen en quienes rechazan toda crítica como enemiga. Que entiendan que, bien encauzada, la crítica no es un ataque… sino un acto de respeto.
Rechazarla por orgullo no es valentía, sino miopía del alma.
Porque quien acepta la crítica con humildad, camina hacia la sabiduría.