Por Cesáreo Silvestre Peguero
En los corredores de la patria, donde las palmas se mecen al compás del trópico, camina la mujer dominicana con la frente alta… pero con el alma a menudo doblada. Lleva tacones de independencia, pero arrastra cadenas invisibles. Aunque trabaje, estudie, emprenda y conquiste espacios, muchas veces su identidad sigue colgada en el perchero del hombre que ama, como si fuera espejo de otro y no luz propia.
El problema no es su capacidad, sino el espejismo que nubla su valor. A falta de una autoestima robusta, muchas construyen castillos sobre la arena movediza de la validación ajena. Se miran con los ojos del que las acepta, no con la certeza de quienes son. Y así, aun siendo profesionales o madres admirables, su voz interior apenas murmura lo que debiera gritar con dignidad: “yo soy suficiente”.
La raíz es más profunda que la costumbre. Desde niñas, se les enseñó a complacer, no a descubrirse. A servir, no a liderar. A “conseguir marido”, no a amarse sin condiciones. Por eso muchas adultas sienten que el hombre es su eje… y sin él, se desorientan. No por falta de amor, sino por ausencia de sí mismas. Hay una sed de aprobación que ni el más dulce amor humano puede saciar.
Lo trágico no es depender emocionalmente, sino hacerlo con los ojos vendados. Algunas soportan engaños, desprecios, gritos y cadenas emocionales, creyendo que sin ese hombre su mundo se desmorona. Y aunque sus bolsillos estén llenos, su alma se siente vacía, porque no han aprendido a sentarse a la mesa de la vida sin necesitar el permiso de nadie para servirse respeto.
La verdadera liberación no está en gritar autonomía ni en rebelarse sin dirección. Está en reconocerse valiosa aunque nadie lo diga. En sanar heridas con el bálsamo del amor propio. En entender que su identidad no la define un apellido ajeno, sino el propósito eterno con que Dios la tejió en el vientre. Como dice el romano capítulo 8, verso 16: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. ¡Y si hijas del Altísimo, qué dignidad más alta necesitan!
Mujer dominicana, no basta con vestir seguridad si en tu interior dudas de tu valor. No permitas que la necesidad de compañía te robe la dignidad del alma. Amar no es desaparecer en el otro, sino caminar al lado sabiendo que tú también eres camino. Descúbrete, conócete, elévate. No para competir, sino para cumplir tu llamado. La sociedad necesita tu esencia, no tu sumisión.
Y a ti, que crías hijas, no les enseñes solo a cocinar, estudiar o comportarse. Enséñales a amarse, a pensarse, a saberse únicas. Enséñales a mirar al cielo con gratitud y al espejo con respeto. Porque la mujer que se valora no mendiga amor… comparte lo que ya lleva dentro. Y esa mujer, cuando ama, no depende: edifica.
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