por Cesáreo Silvestre Peguero
Este domingo 25 de mayo, la República Dominicana se detiene con respeto para honrar a la figura más noble y esencial de nuestra existencia: la madre. Es un día consagrado al recuerdo de su ternura, su entrega silenciosa, su amor sin condiciones y su fortaleza constante.
Para quienes aún la tienen cerca, es momento de abrazos sinceros, palabras cargadas de gratitud y gestos que reconfortan el alma. Para quienes ya no contamos con su presencia física, es tiempo de reflexión profunda, de evocaciones que brotan del corazón como flores vivas, y de gratitud por todo lo que nos fue dado a través de su existencia.
Han pasado ya 3 años desde que nuestra amada madre, doña Petronia Peguero, partió de entre nosotros. Nueve hijos fuimos marcados por su amor inagotable, su ejemplo incansable y su sabiduría sencilla, tejida con hilos de sacrificio, fe y verdad. Su ausencia pesa, pero el sostén de Dios y la firmeza de sus enseñanzas nos mantienen de pie.
No existe palabra ni expresión que logre abarcar el vacío de su partida. Su vida fue una escuela de valores vividos, un hogar encarnado en su voz, en sus manos y en sus decisiones. Su legado nos exige vivir con integridad, caminar con respeto y actuar con honor, como un reflejo de lo que ella nos enseñó sin necesidad de discursos.
Afectuosamente llamada La Pavita en el sector Barrio Lindo de San Pedro de Macorís, fue una mujer de trabajo constante, de carácter firme, de corazón generoso. Desde el año 1972, hasta el 10 de febrero del 2022, sembró amor, forjó vínculos y dejó huellas en quienes la conocieron. Su verdadera herencia no se cuenta en objetos ni en cifras, sino en los valores que nos sembró y en la unidad que con tanto esmero cultivó entre nosotros.
Junto a nuestro ejemplar padre, Eliseo Silvestre Mota, conocido como Billo Kilo, construyó un hogar cimentado en el respeto, la dignidad y el esfuerzo. Esa unión, esa complicidad entre ellos, fue el pilar que hoy nos sostiene como familia. Sus vidas nos dejaron un testimonio vivo de que lo material se desvanece, pero el ejemplo permanece.
Hoy, más que recordarla, deseamos honrarla con nuestra manera de vivir, con nuestra conducta, con la forma en que nos tratamos los unos a los otros. Ser hijos dignos de su nombre y de su historia. Que su memoria no se quede en la nostalgia, sino que sea una brújula que nos oriente hacia lo correcto, hacia lo bueno y hacia lo eterno.
Que Dios nos conceda sabiduría, templanza y humildad para caminar conforme al legado que nuestros padres nos dejaron. Y que al recordarlos, no solo sintamos pena por su ausencia, sino compromiso de vivir con propósito, con fe, y con amor verdadero.
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