por Cesáreo Silvestre Peguero
La tolerancia es una de las manifestaciones más elevadas del alma humana. A través de ella, revelamos el grado de madurez que hemos cultivado en silencio, como quien riega un jardín interior. No es debilidad, sino fortaleza pulida por el tiempo y la experiencia.
En determinados momentos, debemos abrazar con más fuerza la práctica de la empatía. Ponernos en los zapatos ajenos no es solo un acto de bondad, es también un acto de sabiduría. Cultivar el autodominio es aprender a no reaccionar con violencia cuando el pensamiento del otro difiere del nuestro.
No siempre debemos estar de acuerdo. De hecho, el desacuerdo puede ser un crisol donde se forjan mejores ideas. Podemos sostener nuestras convicciones sin herir las del otro, con firmeza en el contenido, pero suavidad en el trato. Porque cuando el respeto se quiebra, el diálogo deja de ser puente y se vuelve abismo.
Si muchos entendieran que disentir es un derecho noble, y que hacerlo con altura es una virtud, entonces veríamos menos gritos y más argumentos, menos ataques y más ideas. Discrepar no es dividir, es enriquecer el pensamiento, siempre que se haga sin bajeza, sin mezquindad ni altanería.
En toda discusión elevada hay una semilla de aprendizaje. Pero solo germina en quienes no permiten que la mediocridad ahogue la dignidad del intercambio.
Aprendamos a escuchar sin juzgar, a responder sin herir, a comprender sin ceder lo esencial. Que nuestro verbo sea firme, pero no hiriente; claro, pero no soberbio. Porque la verdadera grandeza no está en imponer, sino en dialogar con nobleza y altura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario