Por Cesáreo Silvestre Peguero
La madurez personal no es otra cosa que la conquista interior donde mente y corazón aprenden a caminar en armonía. Es el desarrollo emocional y mental que nos permite tomar decisiones responsables, gestionar con sabiduría nuestras emociones y relacionarnos con los demás de manera edificante. Ser maduro implica abrazar la empatía, la resiliencia y la noble capacidad de aprender de cada error como quien pule una joya hasta hacerla brillar.
Debemos superar los resentimientos, pues solo allí se manifiesta la verdadera estatura de nuestro crecimiento emocional. Si, ante cada sospecha de haber sido heridos, cerramos las puertas del corazón, permaneceremos siempre pequeños y miserables en el alma. La madurez se mide en la anchura del perdón y la amplitud del abrazo sincero.
Quien les escribe, Cesáreo Silvestre, ha recibido toda clase de ofensas en distintos momentos de la vida; sin embargo, jamás he permitido que eso me aleje de mi esencia: la amistad generosa y el afecto limpio. Siempre he sostenido que lo objetivo es impersonal: se debaten ideas, nunca se destruyen personas.
Crecer es dejar atrás la hojarasca de la ofensa y sembrar raíces firmes en la tierra fértil del amor genuino.
Romano capítulo 12, versos 17 al 18:
"No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres."
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