Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13

Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. -Filipenses 4:13

Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente: no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios será contigo en donde quiera que fueres. Josué 1:9

Periodista Cesáreo Silvestre Peguero, editor de este portal Web.

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domingo, 29 de junio de 2025

La carcajada que salvaba a Lincoln

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Por Cesáreo Silvestre Peguero

En tiempos de plomo, cuando la historia parecía escrita con sangre, Abraham Lincoln no sólo cargaba sobre sus hombros el peso de una nación desgarrada, sino también la responsabilidad moral de mantenerla unida. Y lo hacía no sólo con discursos memorables y decisiones trascendentales, sino con algo que muchos subestiman: una carcajada sonora y liberadora.
Sí, el decimosexto presidente de los Estados Unidos, conocido por su seriedad y firmeza, era también un contador de historias chispeantes, un amante del humor rural y, sobre todo, un hombre que sabía reír. Y no de forma tibia o contenida. Su risa era plena, sacudía su cuerpo entero, brotaba desde lo hondo del pecho y alcanzaba el alma de quienes lo rodeaban. La usaba como un escudo espiritual frente a la tragedia, como bálsamo frente a la angustia.

En más de una ocasión, miembros de su gabinete lo miraban con desconcierto cuando soltaba una broma justo antes de tomar una decisión militar o al recibir noticias sombrías del frente de batalla. Uno de sus colaboradores más cercanos le recriminó que, en medio de tanta muerte, recurriera al humor. Lincoln, con ese temple que sólo tienen los que han conocido el dolor de cerca, respondió:
> “Si no pudiera reír, morir.
Esa frase no es una simple ocurrencia. Resume la filosofía de un hombre que había aprendido que la risa no niega la gravedad del momento, sino que le da al corazón un respiro para poder seguir adelante. No era frívolo, era humano. Profundamente humano.
Se cuenta que en una ocasión, cabalgando por un sendero embarrado, su caballo resbaló y ambos terminaron en el suelo. Lejos de irritarse, Lincoln soltó una carcajada que contagió a todos los presentes. Con barro en el rostro y las botas empapadas, dijo algo como: “Pues bien, señor, ahora sí estamos verdaderamente igualados con la tierra.” Esa risa desarmó la tensión, alivió el momento y, quizás, salvó el día.
Los que han cargado pesares saben que hay días en los que una carcajada no es sólo un acto fisiológico, sino una afirmación de vida. En Lincoln, la risa era liderazgo, cercanía, humildad y fe en medio del caos. Era, de algún modo, un acto de resistencia emocional.
Hoy, cuando muchos líderes se escudan en rostros fríos y gestos acartonados, conviene recordar a ese hombre alto, de voz grave y mirada profunda, que gobernaba con palabras firmes, pero también con cuentos populares y carcajadas abiertas. Porque entendía que la humanidad no se gobierna solo con leyes, sino también con compasión, empatía… y algo de buen humor.
La risa de Lincoln no era evasiva. Era su forma de seguir siendo humano… sin perder el alma en el intento.
“El corazón alegre hermosea el rostro; mas por el dolor del corazón el espíritu se abate.”
(Proverbios capítulo quince, verso 13).

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