Por Cesáreo Silvestre Peguero
Gritó la noche su llanto de hierro,
entre luces rotas y un eco sin fin.
La música ardía, temblaba el alma,
¡ay, Jesús!, cuantos sueños rotos.
Un segundo bastó para el luto,
un brusco estruendo, y todo cambió.
Cuerpos tendidos bajo los escombros,
el gozo en tragedia se tornó.
No hubo tiempo para los adioses,
ni para elevar una oración.
Solo el caos, la sombra, el espanto,
y un silencio cortante, sin opción
Torpe destino
que no alertó al alma ni al corazón.
¡Oh, generación distraída y frágil!
que busca escape, olvida razón:
vanidad sin redención.
Pero aún hay camino y esperanza,
cuando reina el dolor.
Si alzamos los ojos hacia el cielo,
hallaremos vida en el Salvador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario