Por Cesáreo Silvestre Peguero
Actuar con coherencia es caminar con firmeza sobre el puente invisible que une palabra y acción. Es un acto emocional, ético y moral que nos libera de los dobleces que ensombrecen la dignidad. Ser coherente es ser íntegro, es no traicionar la brújula del alma. Esa actitud nos hace creíbles, dignos del respeto propio y ajeno, nos arraiga al compromiso y nos enseña a medir cada palabra, cada gesto, como quien cuida un fuego sagrado.
Mas, para ello, se requiere dominio de sí y un escrúpulo noble, que no se venda ni se adorne. A veces, la coherencia se agrieta, cede ante el encanto fugaz de un interés mal llamado ventaja. Otras veces, se viste de un error persistente, disfrazado de fidelidad a un rumbo equivocado. Pero aun entonces, hay redención: podemos volver atrás, reparar el desvío, reencontrar la senda del principio olvidado.
Cultivar la coherencia no es tarea de grandes discursos, sino de pequeños actos diarios que predican sin alzar la voz. Que nuestro andar hable por nosotros, y que la verdad que profesamos no necesite defensa. Porque vivir con coherencia es, en el fondo, un acto de reverencia al Dios que nos mira, y a nosotros mismos, en lo más profundo.
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