Por Cesáreo Silvestre Peguero
Hay quienes transitan por la vida como visitantes, y hay quienes la habitan con alma de fuego, con esencia creadora, con voz que florece en cada espacio de la patria. Es cultura la forma de hacer arte que trasciende más allá del hábito, que se eleva por encima de la costumbre y se arraiga como savia en la memoria colectiva. Si esta definición tuviera carne, palabra y rostro, sin duda sería el de Félix Bernardo Ramírez Sepúlveda.
No solo se ha ligado a la cultura, él es cultura. No solo la representa, la encarna. En su forma de andar, en su verbo pausado y firme, en sus versos sembrados de dignidad, hay una digna manifestación del alma dominicana. Félix no ha vivido de la cultura: ha vivido por la cultura.
En San Pedro de Macorís, ciudad que tantas veces parió poetas, músicos y visionarios, su figura debería alzarse con más gratitud. Sin embargo, aún no se le ha otorgado la connotación que merece este consagrado intelectual, este sembrador de belleza, este forjador de identidad.
Félix es símbolo. Es referente. Es uno de esos hombres de consulta cuya voz se escucha con respeto. Cada conversación con él es un diálogo con la historia, con la canción, con la filosofía y con la ternura de lo cotidiano. Su mente prodigiosa no es altanera ni esquiva: es abierta, solidaria, receptiva. Un manantial de sabiduría que fluye con humildad.
Autor del primer libro de canciones escrito y publicado por un cantautor dominicano, Amor de Callejón y Otras Canciones, su pluma canta como el ruiseñor de las madrugadas. Ha sido gestor cultural, cantautor, escritor, poeta, novelista. Fundador de la Casa de la Cultura de San Pedro de Macorís. Productor de radio y televisión. Un creador sin pausa, sin alarde, sin ruidos innecesarios… pero con una profundidad que conmueve y educa.
Félix nació en Macorís del Mar, un 16 de enero del año 1955. Y desde entonces, ha dejado huellas imborrables en el tejido cultural dominicano. Su verbo es limpio. Su intelecto, vasto. Su misión, clara: sembrar conciencia donde haya olvido, sembrar belleza donde haya hastío, sembrar patria donde haya desencanto.
Escuchemos uno de sus versos, donde la vida se condensa y el alma se desnuda:
> La esperanza nunca muere, no debe morir jamás;
la mentira siempre es coja, no llega lejos… jamás.
La verdad que es como el sol, como el tiempo se impondrá;
el amor que no se calienta se muere de frialdad.
El cariño que se muere, el amor lo revivirá.
Por los siglos de los siglos el amor permanecerá.
Los zapatos que dejaste, otro pie los calzará;
el vestido que dejaste, otro cuerpo lo vestirá.
El destino que forjaste es tu destino no más.
Nunca es tarde, siempre hay tiempo para vivir de verdad.
Nunca es tarde, siempre hay tiempo para vivir con dignidad.
Con ese lenguaje de luz, debutó como cantautor en marzo del año 2000, en Casa de Teatro. En octubre de ese mismo año, llevó sus canciones al Centro Cultural de España y a varias provincias del país. Luego, en julio del 2003, su voz traspasó fronteras y llegó a Santiago de Cuba, donde interpretó su tema "Martí por encima del tiempo", dedicado al apóstol cubano José Martí. Fue su debut internacional, pero también fue una confirmación de su universalidad.
Es miembro de la Sociedad de Autores, Compositores y Editores Dominicanos de Música (SACEDOM), así como de la Sociedad Americana de Autores y Compositores, con sede en los Estados Unidos. Su nombre figura en la Antología de Poetas Petromacorisanos de Víctor Villegas, publicada en el año 1982.
Entre sus obras publicadas destaca su cancionero Amor de Callejón y Otras Canciones (1998). Y entre sus inéditos, esperan su hora de luz las obras: Cuando Reina el Amor (poesía), 50 Canciones de Amor, Vida y Esperanza (cancionero), y Viaje Permanente (poesía).
Félix Ramírez Sepúlveda es un hombre completo, sereno y esencial. Su voz y su obra nos enseñan que no todo está perdido, que aún hay tiempo como él mismo dice para vivir con dignidad. Representa la coherencia, la entrega y la visión de un artista que ha sabido poner su talento al servicio del alma nacional.
Reconocerlo, enaltecerlo y valorarlo no es solo un acto de justicia, sino también un acto de gratitud.
Porque él es uno de los nuestros. Y porque sin memoria… no hay cultura.
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