Por Cesáreo Silvestre Peguero
La decencia es la silente majestad que distingue la nobleza interior del ser humano. No sólo exalta al que la recibe: eleva con dignidad al que la irradia. Su ejercicio genuino no es ornamento social, es el perfume del alma bien cultivada. La cortesía decente es testimonio vivo de una formación íntegra, y refleja el alto civismo que habita en el carácter. Cuando esta virtud se encarna, ilumina al que la practica, traza rutas de armonía y deja al descubierto la estatura espiritual de quien la encarna. Pero también existe una decencia impostada, envuelta en la sutil arrogancia de una diplomacia hostil… Cuando se simula el bien, la verdad desnuda el intento, y la máscara de lo falso se quiebra ante la luz de lo auténtico.
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