Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13

Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. -Filipenses 4:13

Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente: no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios será contigo en donde quiera que fueres. Josué 1:9

Periodista Cesáreo Silvestre Peguero, editor de este portal Web.

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domingo, 29 de junio de 2025

EL PODER DE LA CORTESÍA.

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Por Cesáreo Silvestre Peguero 

La cortesía no es apenas un adorno del alma: es una flor que brota del corazón noble, un gesto que no se compra ni se finge. Quien es cortés no simplemente cumple con normas sociales, sino que ofrece un espejo de su interior: limpio, sereno, dispuesto a sembrar paz. En un mundo que a menudo se viste de prisa y de aspereza, ser cortés es como ofrecer sombra al caminante, agua al sediento o silencio al alma cansada.

Ser cortés no es debilidad; es dominio. Es tener fuerza para ceder el paso, sabiduría para no alzar la voz, virtud para escuchar. La cortesía no reclama protagonismo, pero siempre deja huella. Se recuerda un saludo amable, una palabra a tiempo, una mirada sin juicio, un “gracias” que no pide nada más. Es el idioma del alma educada, esa que aún sabe distinguir entre lo urgente y lo importante.

En cada acto cortés hay un soplo de gracia. Como la brisa que no se ve pero refresca, así es la cortesía: invisible muchas veces, pero determinante. Con ella se abren puertas, se suavizan tensiones, se elevan los encuentros humanos a un plano más alto. No necesita escenarios ni luces; basta un corazón dispuesto. Y quien la practica, sin buscarlo, se convierte en faro.

En la familia, la cortesía sostiene los puentes del cariño cotidiano. Un “por favor” al hijo, un “permiso” al cónyuge, un “disculpa” al padre, son ladrillos de convivencia que edifican respeto. Sin cortesía, la casa se convierte en campo de órdenes; con ella, en templo de afecto. Y cuando se practica desde la niñez, florece luego en todas las relaciones humanas.

También en lo público, la cortesía es luz. En el mercado, en la escuela, en la calle, en el templo, en la oficina. Una sociedad cortés se reconoce por su armonía silenciosa. El chofer que cede el paso, el joven que saluda al anciano, el funcionario que escucha con paciencia. No hay decreto que imponga la cortesía, porque brota del alma convencida de que cada prójimo merece dignidad.

Pero no olvidemos que la fuente verdadera de la cortesía está en Dios. El que ha sido alcanzado por Su gracia no puede tratar al otro con desdén. Como dice Romano capítulo 12, verso 10: “Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros”. Esa es la raíz: el respeto nace del amor, y la cortesía es su primera flor.

Hoy, más que nunca, necesitamos rescatar la cortesía como un acto de rebeldía noble. En medio del ruido, del orgullo y del ego, seamos corteses como Jesús lo fue: manso, atento, firme pero dulce. Que nuestras palabras lleven paz, nuestros gestos consuelen, y nuestra presencia no hiera. Porque el alma que es cortés honra a su Creador, honra a su prójimo… y se honra a sí misma.

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